La moda no afecta solamente a lo que a tendencias de vestir se refiere: la moda también alcanza a las palabras. Por épocas hay algunas que resuenan, que de pronto están en todas partes y, de tanto uso, se desgastan: uno ya no sabe a qué se refieren. Por eso es tan importante reflexionarlas y recuperar con ello su significado primigenio. Una de estas palabras últimamente omnipresente es la asertividad. ¿Verdad que os suena? Es posible que os hayan acusado de no ser lo suficientemente asertivos y os hayáis quedado de piedra; incluso es muy probable que la persona que os lo decía no supiese el verdadero significado del término ni que estuviese adoptando, seguramente, una actitud asertiva. Lo cierto es que es éste un concepto demasiado valioso como para permitir que se distorsione, así que nos proponemos volver a su origen y daros las claves para que podáis llevarlo con eficacia a la práctica comunicativa.
Qué es la asertividad
Cuando hablamos de asertividad nos referimos a una habilidad social y comunicativa: se trata de la capacidad que tiene una persona de autoafirmarse, sabiendo expresar sus pensamientos y sentimientos con claridad y sin dañar con ello a su interlocutor. La asertividad es, por lo tanto, el único estilo comunicativo que nos da la capacidad de respetar nuestros derechos al tiempo que respetamos los ajenos. Por algo se encuentra, exactamente, en el punto medio entre ser un comunicador inhibido, que no expresa proactivamente sus deseos y que prefiere hacer algo a disgusto antes de atreverse a decir que no, y un comunicador agresivo, quien avasalla con sus ataques a su interlocutor y no lo escucha en absoluto, pasando por alto sus necesidades y sus sentimientos y expresando los propios de un modo que, a largo plazo, resulta siempre contraproducente. Además de estos dos grandes estilos comunicativos, el inhibido y el agresivo, que están en las antípodas de la asertividad, existen también una serie de comportamientos estratégicos que las personas adoptan en su interacción con otras, con el fin de manipular al prójimo para conseguir lo que desean y que también nos alejan enormemente del objetivo de llegar a ser un comunicador asertivo. La crítica destructiva, los intentos de culpabilización, el afán por “ganar” ridiculizando o poner en duda continuamente los motivos que nos ofrece nuestro interlocutor para hacer o no hacer algo son algunos de los comportamientos no asertivos más extendidos; algunos son antiguos mecanismos de comunicación que activamos ante situaciones similares y que, por tanto, ponemos en práctica, incluso, de manera inconsciente. Por eso, el primer paso para disponernos a adoptar una actitud asertiva es observarnos con sinceridad y detectar cuándo aparecen estos comportamientos en nosotros y por qué.Las ventajas de ser asertivo
Como hemos visto, la asertividad es el estilo comunicativo que nos permite expresarnos con cortesía y escuchar con respeto, además de ser sinceros y permanecer ajustados a la realidad, evitando distorsionarla cuando nos comunicamos. Pero, ¿por qué decantarse por esta opción ha de suponer una ventaja en un entorno tan competitivo y agresivo? Cualquiera podría pensar que abogar por la asertividad en tales circunstancias es como ir a la guerra con una espada de madera. Pero nada más lejos. Y es que, además de favorecer una conducta más respetuosa hacia las demás personas, la asertividad hace posible que recibamos exactamente el mismo trato. Es el único estilo de comunicación con el que estamos a salvo de ser manipulados, pues podremos decir claramente que no a aquello que no queramos hacer y exponer los motivos sin buscar ni provocar el conflicto, el único que nos brinda verdadera libertad en las relaciones personales, evitando la toxicidad y permitiéndonos disfrutar de ellas, y el que nos proporciona verdadera capacidad para controlar nuestras emociones o no dejar que sean ellas las que nos dominen a nosotros.Tus gestos te delatan
Además de que exista una correspondencia entre el qué nos cuentan y el cómo nos lo cuentan, hay varios elementos de la comunicación no verbal que, sin lugar a dudas, delatan a quien es asertivo y a quien no lo es. El primero y más evidente es el contacto visual. ¿Verdad que tendemos a desconfiar inmediatamente de los comportamientos esquivos de quien evita mirarnos directamente a los ojos? Quien nos sostiene la mirada con naturalidad suele ser percibido como alguien de nuestra confianza que no tiene nada que esconder. Lo mismo sucede con la postura, los gestos y la voz: quien es asertivo mantiene una postura firme, que le permita respirar y proyectar la voz adecuadamente y no parecer decaído (como sucedería con la postura encorvada, propia del orador inhibido, que tiende a esconderse), su gestualidad denota seguridad, habla con un volumen apropiado (uno de los indicadores más evidentes de inhibición es el volumen bajo) y además sabe modular la voz y entonar de tal modo que muestra interés por su interlocutor, al tiempo que lo genera.Cómo ser asertivo en los momentos más críticos
Sin embargo, hay circunstancias especialmente delicadas en las que comunicar y, además, ser capaces de hacerlo de manera asertiva nos resulta más complicado que nunca. Es lo que llamamos comunicación en crisis. Los casos paradigmáticos de este tipo de situaciones las viven continuamente los profesionales del ámbito sanitario, por ejemplo, cada vez que deben comunicar malas noticias. Y en momentos así, nos asaltan todas las dudas. ¿Es mejor decir toda la verdad distanciándome emocionalmente de la información? ¿Es preferible omitir una parte de la información para no herir a quien nos escucha? La polémica está servida pero la solución, vuelve a ser, una vez más, la asertividad. Llevada a situaciones de crisis, la asertividad asoma en comunicación con una fórmula que, si bien no resulta milagrosa, sí que nos sitúa en posición de ser honestos al tiempo que sensibles. Es la fórmula de la veracidad más la benevolencia. Una fusión entre respeto por la verdad, que es también el respeto por el derecho de nuestro interlocutor a contar con la misma información que tenemos nosotros, y la empatía. Saber ponernos en su lugar implica hacer un ejercicio mucho más profundo que imaginarnos a nosotros mismos en una situación similar recibiendo esa misma información: supone entender a la persona de tal manera que sepamos, según sus necesidades y su forma de ver el mundo, cuál es la manera en la que le gustaría que le hiciésemos llegar esa información. Con esta combinación que aúna la veracidad, siguiendo el principio de la verdad soportable, y la benevolencia, empatizar con verdadera inteligencia emocional sin caer en la condescendencia, conseguiremos, a nivel comunicativo, estar a la altura de las circunstancias, incluso cuando éstas se presentan especialmente complicadas.